España
A España llegan los daguerrotipos poco después de su creación. Ya el 10 de noviembre de 1839 se ha datado la realización de uno en Barcelona, y otro unos días después en Madrid. Pero su expansión no se produce hasta la llegada a España de profesionales como el galés Charles Clifford (1819-1863), que se establece en Madrid en 1850. Acompaña a la reina en sus viajes por España y fotografía monumentos, paisajes y obras públicas e instaura una escuela donde enseña a sus discípulos las nociones de la daguerrotipia. A su lado otros extranjeros colaboraron en la popularización del daguerrotipo, como el francés Jean Laurent, el Conde de Lipa -un exiliado polaco que centró su actividad en Andalucía-, el francés Constant (Pamplona, San Sebastián, Zaragoza y Vitoria), o también algunos dagerrotipistas españoles como José Albiñana en Madrid, Eugenio Lorichón y su hijo Enrique, que trabajaron en Barcelona y Bilbao principalmente.
La siembra itinerante de sus enseñanzas produjo una pléyade de seguidores en las principales ciudades españolas. Inicialmente estos son mayoritariamente retratistas miniaturistas que adoptan la nueva técnica y la incorporan a su negocio, lo que conlleva replicar poses y encuadres más propios de la pintura que de lo que hoy conocemos como fotografía. La burguesía y clases medias encuentra en el daguerrotipo la gran oportunidad de mostrar su ascendente poder sin los costes del retrato tradicional, dando así réplica a una nobleza que, hasta ese momento monopolizaba a través de la pintura la perpetuación de su imagen. La apariencia es lo importante, se escenifican posturas, modos de vida, ambientes. Hasta su difusión entre las clases acomodadas ya bien entrado el siglo XX hacerse una fotografía era un acto trascendental. Durante la segunda mitad del siglo XIX la mayoría no se fotografiaba a lo largo de su vida más de cinco o seis veces, en ocasiones normalmente de gran importancia vital, tales como el nacimiento, comunión, servicio militar, la boda o la muerte. También eran comunes las fotografías de los matrimonios al alcanzar cierto estatus o del grupo familiar completo.
A partir de 1850 en la mayoría de las ciudades ― Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Santander, Bilbao o Zaragoza― se han establecido estudios profesionales de daguerrotipia que han desplazado a los miniaturistas, y que, con la llegada del colodión húmedo y, más aún, con el gelatino-bromuro, van extendiendo la práctica del retrato. También se dan casos heroicos de operadores itinerantes que trasladan pesados, complejos y delicados equipos a lomos de caballerizas o carromatos, para inmortalizar paisajes, monumentos, obras de arte y escenas populares, siempre siguiendo registros expositivos más propios de la pintura que de la actual fotografía.
La propagación de la fotografía como nueva profesión o como simple afición da lugar en muchos puntos de España a la aparición de asociaciones y clubes en muchas provincias españolas. Entre las más representativas se encontraban la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, la Agrupación Fotográfica de Cataluña, la Sociedad Fotográfica de Zaragoza o el Photo-Club de Valencia.